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BATALLA DE POZO DE VARGAS (III) Síntesis histórica y enfoque geopolítico

A medida que el pronunciamiento de Varela se fue difundiendo en Cuyo y las provincias del Noroeste, como la Rioja y Catamarca, el alzamiento fue convocando gradualmente a voluntades para engrosar los contingentes que progresivamente fueron creciendo en número.

Y al comienzo de la empresa, con aportes de su propio peculio, Varela consiguió hacerse de algunas armas de fuego y hasta de una modesta batería artillera.

Pero cabe tener en cuenta que, para la época. las armas de fuego disponibles eran de diferentes calibres, de distintos largos de cañón y diferentes sistemas de percusión. A lo cual obviamente se sumaba la escasez o la gran variedad de munición, pocas veces fresca.

En consecuencia, la baza fuerte ofensiva en la que siempre se confió fue la fuerza de caballería munida de lanzas, sables, boleadoras y la destreza de sus hombres.

A su vez los contingentes se encuadraban a partir de la columna más importante que comandaba el Coronel Severo Chumbita, también Coronel con despachos extendidos por Urquiza y caudillo indiscutido de los departamentos riojanos de Arauco y Aimogasta, los caudillos Sebastián Elizondo y Santos Guayama. Y se completaba con una columna de voluntarios chilenos que se sumaron, al mando del Coronel chileno Estanislao Medina.

En la clásica foto que los exhibe juntos aparece todo el estado mayor rodeando a Varela y a su secretario, ambos sentados. Y de izquierda a derecha Elizondo, Medina al centro y a la derecha Chumbita.

El plan tenia dos facetas muy claras por un lado una política institucional reconociendo la jefatura de Urquiza, al que se instaba a ejercer su poder y prestigio neutralizando al centralismo porteño encarnado por Mitre y logrando un armisticio con el Paraguay de López. Iniciándose así una larga remisión de comunicaciones oficiales y personales a Urquiza, las que nunca fueron respondidas por este.

Y por otra en el plano regional y específicamente militar proceder a neutralizar por persuasión o por imposición a los núcleos hostiles de Catamarca, Tucumán y Santiago del Estero, afines al mitrismo porteño.

Así la fuerza al mando de Varela se puso en movimiento y su número fue creciendo gradualmente. En cada pueblo que pasaba aparecían nuevos voluntarios, había muchos que se ocultaron ante las levas forzosas y ahora reaparecían integrándose con sus lanzas a la columna. Nunca la causa que se proclamaba les fue extraña, por el contrario, esta era la guerra a la que consideraban propia.

Por la acción de Chumbita y a partir de un acto de lectura pública de la proclama en Pomán (Catamarca) la misma fue recibida con vítores y adhesiones y se produjo en cadena una serie de adhesiones simultáneas en Saujil y San Blas, con la consiguiente toma de posesión de los arsenales policiales y caballadas de cada lugar.

Y conjuntamente con la columna de Medina le dieron batalla en Tinogasta al jefe militar de Catamarca Melitón Córdoba y a su subalterno Luis Quiroga responsables de saqueos y levas forzosas en la zona riojana de Arauco procediendo al ajusticiamiento luego de su derrota y captura.

Reunidas todas las columnas ahora bajo el mando directo de Varela surgieron algunos problemas debidos al incremento de los efectivos el que había llegado casi a cinco mil plazas. Pero a pesar de las capturas la escasez de equipo para el equipamiento en armas de fuego seguía siendo insuficiente.

Y también en esas condiciones a fines de marzo de 1867 en las postrimerías de un verano riguroso, llego la noticia de que una fuerza proveniente de Santiago del Estero, adherida al bando mitrista, había tomado la ciudad de La Rioja.

La situación era preocupante para el bando federal ya que se presumía que los ocupantes constituían una fuerza mucho más importante que la propia. Lo cual no resultaría cierto, porque el gobierno central no contaba con grandes contingentes disponibles, ya que estaba en plena reorganización militar luego del desastre de Curupayti.

Pero la fuerza proveniente de Santiago del Estero, conducida por los hermanos Manuel y Antonino Taboada identificados con la causa porteña sin embargo recibieron algunos uniformes y un importante lote de munición. Lo cual por sí mismo constituiría una considerable ventaja, si este era empleado acorde a un plan de batalla adecuado.

Las columnas de Varela a marcha forzada y bajo un sol quemante arribaron a La Rioja y se dieron con que las fuerzas de los Taboada, travestidas a fuerzas del gobierno central, no eran tantas, pero controlaban la principal fuente de agua potable ubicada en el llamado Pozo de Vargas en las afueras de la ciudad. Encontrándose secas todas las otras vertientes restantes.

Entonces Varela dirigió una comunicación con tintes caballerescos a su oponente Antonino Taboada, planteando la necesidad de librar el combate a campo abierto, según sus palabras: “Hago saber a Ud. que debemos evitarle sufrimientos a la población inocente dirimiendo la situación en una lucha a campo abierto, el día de mañana paso con mi ejercito a tomar esa plaza en defensa de la Constitución de mi Patria, la República Argentina pisoteada por el poder tirano que la oprime. Si ha pesar de esta advertencia Ud. insiste, lo haré responsable ante Dios y ante la Patria de las consecuencias del combate”. firmado Felipe Varela (Literalmente). No era un hecho menor lo que planteaba, su fuerza iba en crecimiento y eran previsibles desbordes incontrolables en caso de prolongarse la lucha, cualquiera fuere el resultado.

Además, era de su conocimiento reservado que en Córdoba había una conjura a cargo del comandante Simon Luengo que esperaba la cercanía de su ejército para pronunciarse a favor del bando federal.

Si esta situación hubiera ocurrido, no solo el noroeste quedaría bajo control federal la ruta al litoral estaría abierta. Volviéndosele muy difícil para Urquiza seguir manteniéndose en una postura distante.

Se ignora si el hecho era conocido por Taboada, pero la exhortación de los federales no fue escuchada, adoptando este por el contrario un orden de batalla defensivo en torno al llamado Pozo de Vargas.

En consecuencia, vencido el plazo y con una previa salva de artillería comenzó el ataque del ejército federal.

Desde las primeras acciones el ejercito federal apelo a su caballería a fin de destruir primero a la caballería mitrista de menores efectivos y luego para rodear a las fuerzas atrincheradas en torno al pozo de Vargas, propiamente dicho, convertido en núcleo central.

El ala derecha de Elizondo logro su objetivo acorralando a su oponente y el ala izquierda de Chumbita logro también su objetivo a pesar de que tuvo un paso estrecho para la carga y la caballería enemiga semi diezmada pudo dispersarse abandonando el campo.

Varela entonces comisiono a Chumbita a ocupar la ciudad de La Rioja.  Y reteniendo parte de las fuerzas restantes del mismo procedió a sumarlas a las fuerzas a su mando y a la columna de Medina, para tomar por asalto el núcleo central. Desde donde los atrincherados equipados con fusilería y provistos de abundante munición ofrecieron una resistencia tenaz que ocasiono fuertes bajas a los atacantes.

En esas circunstancias y en medio de las reiteradas cargas de caballería se suscitó el conocido episodio de la ejecución musical, atribuida por unos a una banda lisa de los apostados y otros a una de las mismas características que se sabe que existía en la columna de Medina.

Pero se conceda crédito a que una, otra o las dos hayan sido entonces las ejecutantes, la música existió y se escuchó por todos en aquella tarde en medio de la batalla, aunque con distintas coplas. Y así fue volcada más tarde en pentagrama en la recopilación de Andrés Chazarreta, registrada casi un siglo más tarde como de autor anónimo. Pero la que cada bando aun hoy, la canta según las coplas de su gusto.

Y durante largas horas hasta avanzada la media tarde continuaron las acciones, con reiteradas cargas de caballería y con resistencia por el fuego de los atrincherados.

Siendo alcanzada en una de aquellas arremetidas la cabalgadura del mismo Varela, salvando este milagrosamente su vida por un auxilio afortunado, para volver a montar y a combatir.

Diría Dardo de la Vega Diaz evaluando después  todo esto: «Eran tiempos en que faltaban ciencias, pero sobraba conciencia a la hora de morir por una causa que se sentía”. 

Los sangrientos combates por momentos muy confusos han hecho difícil aun hasta hoy llegar a certezas estadísticas sobre cifras indubitadas en las bajas de ambos bandos. Solo quedaron retazos de testimonios dispersos, más o menos concordantes.

Y por ello, bajo propia responsabilidad, traigo un testimonio en especial que me brindo hace años una persona ya desaparecida, el cronista riojano Gregorio Mercado que alcanzo a conocer personalmente en los años cincuenta del siglo pasado a un nonagenario anciano analfabeto postrado en cama. El que, siendo casi un niño, había sido responsable en la batalla de uno de los carros aguateros del ejército federal.

Refería el testigo que había quedado atrapado entre el fuego de los tiradores apostados en el pozo y la caballería que trataba de sobrepasarlos. Y que escondido debajo de las ruedas del carro acribillado a tiros, veía como se desarrollaban las cargas y como vuelta a vuelta quedaban cuerpos caídos, muertos o agonizantes, clamando por agua y él no podía moverse ni dejarse ver.

Hasta que de a poco el diezmado ejercito empezó a replegarse hasta unos caseríos del suburbio de la ciudad como para tomar un resuello antes de otra arremetida.

Y existe una afirmación indubitada, por provenir de versiones iguales de ambos bandos, de que cerca de la oración de ese día cayo sobre el lugar un fuerte temporal de lluvia que interrumpió la batalla.

El niño aguatero, también confirma la tormenta, porque ella le sirvió para alejarse al campo poniéndose a salvo. Y allí pudo ver a dispersos de la caballería santiagueña que regresados al lugar recorrían los cuerpos yacentes de heridos y los remataban a lanza seca. O que también perseguían a los que trataban de escapar hacia los suburbios.

Por algunos días permaneció oculto entre los cardones del campo, hasta que unos curas franciscanos que sepultaban a los cadáveres dispersos, lo ayudaron a ponerse a salvo.

Uniendo este fragmento de probanza testimonial, apenas mezclada con indicios presenciales, hago una interpolación con una versión de mis familiares que, en mi carácter de estudiante inquieto por estas cuestiones históricas, hace años alguna vez me contaron lo siguiente.

Y ello es que el primer familiar que se sepa que llevo el apellido MORENO, al que le decían el zarco porque tenía ojos claros, estaba enrolado en el ejército federal y murió lanceado en el Pozo de Vargas.

La información fue llevada entonces al hogar familiar en La Rioja por unos curas franciscanos que encontraron su cuerpo yacente en los suburbios de Vargas en aquella jornada.

Y el otro, este si con base documental acreditada, que llevaba el nombre de Segundo Moreno años después se caso con una hija de Severo Chumbita de nombre Antonia, la que falleció a mediados del siglo pasado en la Rioja (CONTINUARÁ)

 

Carlos Alberto MORENO JUAREZ

Abogado – Responsable Zona Sur del Instituto Superior Arturo Jauretche

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