“El preciso momento histórico en que muchos países pobres luchan desesperadamente por establecer una identidad nacional, porque la nacionalidad era indispensablemente en el pasado para lograr la industrialización, los países ricos lanzados más allá del industrialismo están disminuyendo, desplazando y anulando el papel de la nación”.
La Tercera Ola. Capítulo “Conciencia planetaria, Alvin Toffler
El corresponsal de la cadena internacional de prensa detuvo el motor del jeep en el que se desplazaba y descendió de él. A su vez, echó un vistazo sobre la inmensidad del golfo que tenía enfrente suyo. El azul del mar contrastaba con el verde musgoso de la restinga y todavía más con el ocre amarillento de la costa patagónica. El resto del paisaje se completaba con elementos dispersos dejados por los hombres. A la orilla un lanchón destripado, más afuera tuberías como tallos cortados entre los rompientes y sobre las dunas innumerables aparatos semi oxidados —que alguna vez sirvieron para extraer petróleo— dormían en hileras frente a galpones que no estaban menos corroídos.
Pese a sus discordancias, el conjunto surrealista tenía un común denominador que era la absoluta ausencia de seres humanos siendo las únicas manifestaciones de vitalidad los graznidos de alguna gaviota suspendida sobre el firmamento despejado de la media tarde.
El recién llegado dudaba en tomar alguna resolución cuando fue interrumpido por el ruido de otro motor, que se detuvo a sus espaldas. Los nuevos recién llegados, una patrulla uniformada de la ONU encargada del control costero le requirió que se identificara, requisito acostumbrado a cumplir en distintas partes del mundo en virtud de su profesión. Una vez agotado el trámite pidió que lo orientaran sobre el rumbo a seguir para continuar el viaje al sur. En respuesta, le replicaron:
—Durante las horas del día puede atravesar la ciudad semidesértica que tiene enfrente, pero evite hacerlo durante la noche ya que la supervisión sólo es responsable del control diurno. En horas de oscuridad rige el toque de queda internacional dentro de los límites del radio urbano para evitar las rapiñas en las propiedades clausuradas o abandonadas por sus dueños, por lo demás tenga un buen viaje.
Recibida las indicaciones y puesto el vehículo en marcha ingresó al trazado urbano por una avenida ribereña y a medida que avanzaba una serie de imágenes se le fueron cruzando por la mente comparando lo que veía con cosas de antaño recorridas en otros lugares de América o aun de Europa. Sería el norte chileno con sus ruinas de la época del guano y del satélite, acaso los villorrios fantasmales del oeste petrolero norteamericano o quizá por el omnipresente aire yodado del mar, también las olvidadas aldeas pesqueras de la costa bretona. Hubiera seguido así, si no fuera porque se apercibió que estaba casi sin combustible y se dispuso a reponer la carga en el primer lugar que encontraba. A unos doscientos metros delante apareció la estación de servicio. La persona que acudió ante el bocinazo del periodista se puso a recargar del fluido el vehículo en silencio.
Lleno de interrogantes el forastero formuló la primera pregunta:
—Esta debió ser alguna vez una verdadera metrópolis, ¿no es cierto?
El despachante respondió como si hubiera estado esperando una pregunta como esa:
— Sí, alguna vez lo fue. Aunque a usted ahora le parezca mentira, en este lugar surgió casi la totalidad de los combustibles que movilizaron el resto del país durante este siglo que está terminando. Al interrumpirse el despachante que ahora se había dedicado a controlar la presión de los neumáticos, el periodista volvió a preguntar:
— ¿Y qué se hizo con la riqueza que alguna vez circuló ilimitadamente por este lugar?
Y remarcó ¿previeron alguna vez que el cuerno de la abundancia se agotaría?
Terminando el control del aire, el interrogado respondió:
—Recuerdo que eso se vio como posible —dijo permaneciendo un segundo callado antes de proseguir— pero la llave de la canilla nunca estuvo totalmente en las manos de los que se dieron cuenta. O tal vez no acertaron en el procedimiento para que la riqueza entonces abundante dejara fuentes seguras de trabajo para cuando sonara la hora de las vacas flacas.
Y siguió trabajando, ahora limpiando los parabrisas opacos del polvillo, mientras el vehículo recibía con voracidad casi humana el fluido que expendió. Conocedor de su oficio, el periodista percibió que debía evitar los silencios para que el diálogo no se cortara frustrando una posible nota, e intentó otra vuelta de tuerca y prosiguió:
—Sabe que me resulta poco creíble que por el solo agotamiento de un recurso no renovable, lo que por otra parte debió saberse con bastante anticipación, una región próspera se haya convertido en un cascarón de antiguas glorias.
El expendedor dejó de frotar los cristales y por unos instantes pareció quedarse sin respuesta ante un enfrentamiento tan directo con la realidad, pero igualmente se dispuso a responder. Estaba por hacerlo cuando el diálogo fue interrumpido por un zumbido que venía del cielo y se hacía cada vez más intenso.
Uno, dos o hasta tres enormes dinosaurios de transporte aéreo en fila india se acercaban desde el sur para tocar pista en algún lugar cercano. Por algunos minutos fue imposible hablar por el incesante ruido de motores aéreos. Cuando la última máquina desapareció tras unos cerros que rodeaban la ciudad, el expendedor retomó la palabra:
—Bueno, si alguna responsabilidad hay que asumir se hará, pero igualmente hay que reconocer que las responsabilidades no son iguales para todos. Inicialmente esto era un desierto y debió concluir a pesar del petróleo y sus riquezas que nunca dejó de serlo en el fondo. A pesar también de las obras en las que falsamente ciframos la esperanza para cuando el fluido se termina. Otro poco ayudó la quiebra del área metropolitana que, como un aristócrata en decadencia, fue llevando el banco de empeños uno a uno los retazos de su antigua opulencia centrada en zonas mucho más gratificantes para la vida. Y un día le hicieron o le intimaron la oferta de internacionalización rentada para amortizar deudas pendientes de años y nos tocó a nosotros hacer el sacrificio salvador.
Ahora el interrogado tomó para sí la oportunidad de preguntar:
—¿Ya sabe usted seguramente quienes vienen en esos transportes aéreos que pasaron recién? —y prosiguió—: No pasa un día sin que arribe un Arca de Noé llena de gentes que buscan su nuevo hogar en este lugar, al que nosotros por más de un siglo mantuvimos yermo. Buscan justamente lo que en otros lugares se les niega, un espacio para vivir y la posibilidad de sacar de él el sustento propio y el de su descendencia.
Por cuenta de las grandes corporaciones mundiales y su apoyo financiero y tecnológico se les ofrece la posibilidad de reubicarse sobre el planeta, en función por supuesto de las reglas del juego del hemisferio norte y su proyecto. Otra historia está arribando con ellos, tal vez más alegre que esta que termina con nuestro tiempo perdido.
El sol de la tarde avanzada empezaba a recortarse en el ángulo Este, anunciando la proximidad de la hora que quedaba. El corresponsal se le había quedado sólo y aprovechó para oprimir la botonera de un aparato portátil de emisiones en el que se almacenaba los cables noticiosos ordenados de cada país que recorría. Una voz en cascada, que identificó como la del Jefe de Estado, alcanzó a escuchar en un mensaje: “respondiendo a un perentorio llamado del núcleo de nuestro país. A fin de amortizar las deudas heredadas de antecesores irresponsables, hemos otorgado en garantía de pago la región sur de nuestro país. Sepan nuestros conciudadanos comprender el sacrificio que les solicitamos en áreas del futuro promisorio que nos espera…”.
El despachante había llegado con la facturación desde el interior del edificio y antes de poner en marcha su vehículo en forma de despedida el corresponsal intentó satisfacer un último interrogante:
—¿Cuál era su ocupación real en la época de oro de este lugar? Usted conoce
demasiadas cosas para haber sido siempre tan solo un expendedor de fluido.
La sirena que anunciaba ululante el inicio del período de queda obligó a una respuesta apresurada:
—Yo era un maestro de ese colegio clausurado que usted va a cruzar cuando salga de la ciudad. Al quedarnos sin alumnos y sin presupuesto el personal en masa aceptó la oferta de una magra indemnización o en otros casos el traslado a regiones más tibias del norte. La primera fue la opción para mí, ya no estoy en edad de sumarme a las colas de profesionales que buscan un trabajo que ya no existe. Ni con ánimo para asistir al acto final del drama.
Con las primeras sombras de la noche el vehículo comenzó a devorar distancias al sur. A lo alto, el secuenciado parpadeo de los satélites artificiales de órbita polar se sumaba al concierto estelar del universo. Para hacer más llevadera la travesía el viajero volvió a oprimir la tecla de su memoria electrónica y una voz entrañable, pero firme en su acento surgió esta vez del aparato. Saludablemente impresionado recurrió al identificador digital de procedencias, así se enteró que el que hablaba era el único ciudadano de aquel país que había sido Primer Magistrado por tres veces.
Y la voz timbraba retumbando en las soledades en sombras, hablando a todos aquellos millones que ya no estaban allí: “es preciso reconocer en forma incuestionable que cada Nación tiene el derecho al uso soberano de sus propios recursos naturales, pero al mismo tiempo cada gobierno tiene la obligación de exigir a sus ciudadanos el cuidado en la utilización de los mismos. El derecho a la subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos como de pueblos”.
Editado por primera vez en mayo de 1983, Diario Crónica de Comodoro Rivadavia
NOTAS POSTERIORES
A fines de 1991 en una conferencia de prensa la que luego fue reproducida en artículos periodísticos en diferentes idiomas bajo el título: “Un mundo más global”, el ex secretario de estado norteamericano Henry Kissinger efectuó un análisis muy interesante, por provenir de alguien que es uno de los hombres de estado que ha contribuido al diseño del mundo actual a través de la elaboración intelectual y el protagonismo político directo. Dice Kissinger: “… sin embargo existe toda una gama de temas que nunca antes fueron el eje de acuerdos globales y con los que las grandes expectativas norteamericanas tienen mucho que ver. Nos estamos refiriendo a la nueva agenda sobre temas tales como la población, el medio ambiente y la proliferación nuclear. La población mundial creció de 1.000 millones de habitantes en 1858 a 8.000 millones para el próximo siglo.
Esta vasta población genera necesidades de crecimiento inimaginables y se encuentra en peligro. Al mismo tiempo, debido al cataclismo inherente de la tecnología nuclear, ambos problemas son tan inéditos, complejos y globales en sus implicaciones que el orden mundial comienza a sentirlo como una amenaza para ejercer el gobierno” (LIT.)
La antigua reflexión de Kissinger cercana al fin de la guerra fría sigue aún vigente poniendo en términos de advertencia para el poder un tema que, era apreciado como un campo más cercano a la investigación científica que al ejercicio mismo del poder.
Los ejes para poder enmarcarlo con precisión pueden buscarse en los siguientes temas de estudio: el aumento de la población humana sobre el planeta y las posibles incidencias del aumento en Asia Meridional y en América del Sur, la incorporación definitiva de las zonas esteparias y semidesérticas con climas compatibles con la vida humana, la correlativa necesidad de alimentos y los avances en el campo de la genética y la biotecnología aplicados para obtenerlos. Finalmente, las soluciones políticas y económicas que se adopten a escala mundial por la vía del consenso o la compulsión.
Justamente en este último aspecto es de interés recordar un experimento piloto llevado a cabo en Camboya en el sureste asiático en el marco de las especificaciones regionales por reubicación de refugiados de guerra. El Comisionario de las Naciones Unidas para los Refugiados mediante un acuerdo en el Centro Nacional de Estudios Espaciales de Francia ha puesto en marcha un plan de detección satelital de tierras aptas para el asentamiento de refugiados y sobrevivientes de distintos bandos de la guerra civil camboyana, terminada por un acuerdo de 1991.
El auxilio de las imágenes satelitales en la resolución del problema de asentamientos poblacionales errantes constituyen una conjunción sumamente expectable para las próximas décadas. El periodista francés Jean Chichizola de “Liberation Developpment”
(publicado en La Nación, julio 1992) destacaba esta función pacificadora y la cerraba con unas implicancias que podríamos llamar universales y aún vigentes: “la tentación de dirigirse a las zonas más favorables como llanuras en lugar de las de difícil acceso será, por lo tanto muy grande. Pero, quizás, dentro de unos años podamos decir que el satélite no sólo permitió ayudar a borrar las secuelas de la guerra, sino que también sirvió como garantía de paz y prosperidad”.