ARTICULOS PROPIOS

DÍA DE LA TRADICIÓN NACIONAL BIEN ENTENDIDA

No es posible hablar de tradición nacional sin hacer pie en una conciencia histórica concreta. Y no es posible esa conciencia si para asumirla no nos despojamos de las anteojeras de la visión globalizadora. No por una cerril idolatría sin reflexiones de todo lo propio, sea esto bueno o sea malo, sino para acertar en lo que conviene a cada época y evaluar sus posibilidades reales sin espejismos.

Admiro y aún más, me conmuevo, ante las epopeyas de otros. Pero no quiero olvidar que sólo con las propias existe un compromiso real.

Sólo así es posible retemplarse en un presente doloroso y vibrar con otros en la misma frecuencia por un futuro mejor. Ni más ni menos que haciendo pie en una tradición común, por otra parte, la única a la que vale la pena jugarse.

Y esa tradición para nosotros tiene dos nombres uno real y otro de ficción literaria: José Hernández y Martín Fierro. No siendo ninguno de los dos uno menos gaucho que el otro y  ambos traduciendo epocalmente un país argentino adonde soñaron vivir con felicidad. Ni más ni menos lo que tantos de nosotros soñamos al presente.

Toda la saga de Martín Fierro es una búsqueda de esa realidad soñada que se le niega. Vive en el seno de una comunidad familiar esencial y conoce la felicidad. Es extrañado de ella con el pretexto de defender ese núcleo del que es arrancado. Víctima de funcionarios corruptos es amontonado en una tropa envilecida que ha perdido el alto honor de la milicia, a partir de su confinamiento en fortines carcelarios.

Huye de ese infierno para tratar de recuperar a los suyos y se da con que ya no tiene raíz, está condenado a errar como un cimarrón.

Vaga como un paria en sucesiva marginación hasta que se desgracia con una muerte y la ley formal lo acorrala, sobreviviendo como puede facón en mano.

Huye al paleo mundo del aborigen. En la tribalizacion de los toldos busca cánones que le niega la civilización del blanco. Más amargado todavía descubre que no pertenece a ese mundo y regresa a los extramuros de los que ha huido.

Lacerado como lo dice “por una vida desgraciada” por medio de la única cosa que le queda para expresarse, la poesía y la guitarra, deja un rastro conmovedor hacia el futuro y para los argentinos de todos los tiempos.

Es difícil no reconocer algo propio en ello, por más tiempo que nos separe de su época.

José Hernández, su padre literario, no tuvo menos heridas en su alma y en su cuero. Es uno más de los argentinos sucesivamente perdedores desde Caseros, culminando sus infortunios en dos derrotas inseparablemente unidas: la renuncia a la victoria de Pavón en 1861, por parte de Urquiza y el fracaso de la patriada de López Jordán en 1871.

De allí en más su pan será el exilio, la pobreza y la condena al ostracismo cultural, debiendo hacerse chiquito para sobrevivir en un ambiente intelectual europeizado que le era hostil. Pero, aún así, su conducta de periodista sin claudicaciones denunciando en horas difíciles los atropellos al gauchaje en la persona del Chacho Peñaloza o en la destrucción de Paysandú, no serán para la posterioridad títulos suficientes para consagrar la fecha de su natalicio como un verdadero día del periodista argentino.

Es por ello y como un premio consuelo que hablamos en este día sólo de la tradición, ensalzando su obra literaria, en lugar de comprometernos en recordar su pluma de periodista nacional insobornable. Pero el renuncio no es tan grande si al menos tenemos presente el porque de este mimetismo que no quisimos.

¿Es posible crecer hacia el futuro a partir de la creencia en la tradición propia? Adhiero a los que creen fervientemente que si y pueden aportar algunos ejemplos históricos. La Madre Rusia no dejó de ser tal a partir de Pedro el Grande y siguiendo fiel a su tradición se acercó a ser potencia tomando de Europa lo que no estaba por entonces en condiciones de generar.

El Japón se remontó desde el medioevo al siglo veinte en menos de cincuenta años aferrándose a su tradición con dientes y uñas, y sin detenerse en lo más mínimo en explicar a nadie su decisión de identidad.

Son estas pruebas muy claras de que la conjunción entre la vocación de futuro y la fidelidad tradicional no es imposible. La inserción en el progreso del mundo moderno no es incompatible con la conservación de la tradición nacional. Es más, hoy más que nunca ésta es un reaseguro de supervivencia frente al canibalismo globalista de los poderosos de la tierra.

Lo sabía muy bien José Hernández que esgrimió su pluma y su sable por igual para defender al país gaucho erróneamente acorralado por una idea de progreso exclusivamente a la europea.

Pero para ello y esta fecha es buena ocasión para hacerlo conviene recomendar un orden de prioridades que ponga en primer lugar de posibilidades a la difusión de valores propios como lo hacen todos los pueblos con vocación de supervivencia cultural nacional y que no tienen vergüenza de si mismos.

Aunque haya quienes aún entre nosotros no quieran aceptarlo y opten por la hamburguesa de lombrices en vez del choripán, o por alguna ignota gaseosa en lugar del tinto o el carlón. O se imaginen al gaucho Fierro ataviado con bombachas de lamé o esgrimiendo boleadoras fluorescentes a la usanza de un circo.

En sus sermones patrióticos Fray Mamerto Esquiú supo advertir de estos extravíos cuando dijo: “Un árbol que por querer alzarse por encima de si mismo arranca del suelo sus propias raíces, termina por morir”

No será fácil indudablemente hacer prevalecer esta idea frente a la colonización cultural mediática creadora de tantos despistados con buenas intenciones, pero no quedan muchas opciones para eludir el intento cualquiera fuere el alea que por hacerlo se corra.

Habiendo rememorado al poema central de la gaucheria es de rigor que recoja alguna de sus estrofas para cerrar su recuerdo y fortalecernos como con un trago el ánimo, para un esfuerzo que seguramente llevará su tiempo:

           “Vamos suerte, vamos juntos       Sin podernos dividir

              Dende que juntos nacimos          Yo abriré con mi cuchillo

              Y ya que juntos vivimos               El camino pa seguir

Carlos Alberto MORENO JUAREZ

Abogado – Responsable Zona Sur del Instituto Superior Arturo Jauretche

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