La revuelta de mayo de 1969 en Córdoba forma parte de una serie de hechos que comienzan en los principios de ese mes y que se enumeran sintéticamente como eslabones de una cadena de precipitantes traumáticos que conmovieron a todo el país.
Comenzando por los referidos al medio estudiantil: en la ciudad de Corrientes el 15 de mayo en una protesta por el cierre del comedor universitario muere por balas policiales un estudiante de medicina de nombre Juan José Cabral de 22 años. En Rosario el 18 de mayo en enfrentamientos callejeros muere en la represión policial otro estudiante de nombre Adolfo Bello, también de 22 años.
En Córdoba ambas muertes fueron recordadas en una marcha del silencio, posterior a un oficio religioso que se cumple en la Iglesia del Pilar. Concurren al acto en adhesión las dirigencias sindicales. Y ante la creciente ebullición estudiantil las autoridades universitarias suspenden actividades académicas por una semana.
Unos días antes el Gobierno Nacional había promulgado una ley regulatoria del régimen de descanso laboral bajo el número 18204. Eliminando en varias provincias el denominado “sábado ingles “una de esas provincias era Córdoba, que lo reivindicaba de antigua data considerándolo una conquista social. Sucesivos paros decretados por asambleas de los gremios de diferentes actividades y diferentes tendencias ideológicas, pero coincidentes en la acción de protesta son reprimidos por la policía.
Previa advertencia del gobierno provincial de que las protestas darían lugar al encuadramiento penal de los participantes.
Las sucesivas advertencias, tanto del ministro de interior Guillermo Borda así como la del gobernador cordobés Carlos Caballero en todos los casos se circunscribieron a advertir a las organizaciones sindicales y estudiantiles que se usaría enérgicamente la fuerza pública en caso de protestas multitudinarias o de cualquier otra naturaleza. Las que a lo largo de todo el mes de mayo se fueron repitiendo sin otro efecto perceptible que el de aislar más a la autoridad de facto de todo interlocutor en la sociedad. Y casi no hubo manifestación que no terminara con heridos de distinta gravedad
Hasta que un episodio en especial llevo la temperatura política hasta límites mucho mayores. El día 21 en las inmediaciones de la Escuela Superior de Comercio Jerónimo L. de Cabrera en ocasión de cumplirse una protesta estudiantil, desde uno de los escuadrones policiales presentes fue disparado un proyectil de gas lacrimógeno que alcanzo en
el rostro a una estudiante secundaria llamada Elba Rosa Canelo, la que sufrió la pérdida de un ojo.
EL hecho fue captado por un fotógrafo del diario La Voz del interior, presente en el lugar. Y al día siguiente el rostro lesionado y sangrante de la adolescente fue nota central del periódico con un título en el que rezaba solamente la expresión: LA REPRESION NO MIRA.
En una época sin redes sociales, pero en la que el periodismo gráfico la radio y la televisión cubrían igualmente todo el espectro informativo, aquella imagen se convirtió en el catalizador del sentimiento colectivo de la sociedad. Las autoridades educativas ante la situación también suspendieron hasta nuevo aviso las actividades en todo el nivel secundario. El ambiente irremediablemente confrontativo se volvió inocultable. (Recopilación de periódicos y volantes de época)
Las centrales sindicales en un plenario conjunto resolvieron la implementación de un paro de actividades con movilización para el día jueves 29. Al que una mesa coordinadora estudiantil adhirió unánimemente disponiendo su participación activa.
El malogrado Profesor Juan Carlos Agulla, por entonces docente de sociología en la Universidad Nacional de Córdoba, resumió analíticamente los acontecimientos en un breve trabajo titulado “Diagnostico social de una crisis. Córdoba-mayo de 1969” Editel 1969. Aquel breve trabajo surgido en el marco de los hechos en curso no recibió una crítica complaciente en su momento.
Pero tuvo dos facetas a recuperar en un análisis contextual posterior: el haber ordenado por primera vez un cumulo caótico de hechos diferentes. Y el haber sido el mismo autor un año atrás un testigo presencial y estudioso del MAYO DE PARIS 1968, circunstancia interesante que tuvo en cuenta al acercarse al tema de Córdoba ,tanto en las coincidencias y diferencias existentes entre ambos hechos.
Analiza Agulla los factores en juego en oportunidad de la protesta de Córdoba destacando un común denominador entre ellas.
El primer grupo es la masa obrera, como el la llama, la que tiene componentes internos distintos en lo ideológico y en orden a la estructura sindical, identificada políticamente en general con el peronismo tradicional. Pero no están ausentes sectores independientes y tampoco de izquierda ideológica. Los une a todos en la acción el rechazo irreconciliable al gobierno de facto en sus dos caras la nacional y la provincial. Detentadoras de un poder en el que la policía es la faceta más brutal.
El segundo grupo es la población estudiantil fuertemente politizada en un proceso que aquí se ha querido mostrar en el curso de los últimos cinco años como mínimo. Y que retiene su viejo perfil ideológico reformista, liberal o de izquierda, y el integralista peronista. Pero consecuentes todos con la alianza al movimiento sindical y con el rechazo al atropello policial impune. Del cual había sido más de una vez su víctima más notoria.
Y finalmente arrima Agulla a un sector que denomina: “la población en general”. Refiriéndose así el autor a la población de Córdoba residente en los lugares o en sus inmediaciones de donde acontecieron las mayores confrontaciones y se produjeron más daños materiales. Siendo a mí entender aquí adónde el análisis pierde algo de solidez analítica.
Fundamentalmente porque este grupo analizado tiene una actuación efímera, aunque sin duda expectante, pero por un periodo muy breve. Demasiado poco como para extraer mayores conclusiones.
Este grupo es el mismo que como testigo presencial adhiere espontáneamente a los manifestantes en unos casos y en otros alternadamente los encara con reproches frente a lo que percibe como desbordes.
Arribo a esta conclusión divergente a partir de experiencias recibidas personalmente en la percepción directa de los mismos, describiéndolas testimonialmente a continuación:
“En aquella oportunidad por el 29 de mayo de 1969 cumplía tarea como inspector de transportes de la Municipalidad de Córdoba. El aviso de que una marcha de protesta marcharía sobre el centro de la ciudad a partir de las 11 horas produjo la modificación de nuestra distribución de tareas, las que ahora debían suspenderse las 10,45 retornando a la oficina ubicada en el Palacio Municipal en el Paseo SOBREMONTE
A partir de la hora señalada distintos inspectores que cumplíamos tareas en la antigua terminal de ómnibus en cercanías del Seminario Conciliar retornamos casi simultáneamente que la columna de obreros mecánicos arribaba desde Plaza La Paz al centro de la ciudad en medio de fuertes enfrentamientos con la policía montada que repelía el avance disparando a mansalva sus armas de fuego. Según versiones que recibíamos de grupos de personas que también abandonaban el lugar habían visto caer a manifestantes como resultado de los disparos, pero no había mayores precisiones. Pero a lo largo del boulevard Figueroa Alcorta que bordea la Cañada pudimos ver pasar algunas cabalgaduras policiales que se desplazaban sin jinete y conservando la montura, así también vimos cascos azules caídos en la calle, pero no vimos ningún policía, fuera con uniforme de calle o de fajina. Todo se desarrollaba en una atmosfera saturada por los gases lacrimógenos y en la que retumbaban esporádicamente los disparos de armas de fuego. Pero pesar de ello la gente se desplazaba con relativa calma y sin caer en pánico.
Al arribar a la intersección de Figueroa Alcorta y 27 de abril adonde aún se conservaban construcciones antiguas, hoy demolidas y reemplazadas por propiedades horizontales, vimos gentes en ropa de entrecasa observando el desplazamiento desde las puertas y balcones como simples testigos de la pueblada. Ya en las inmediaciones del Paseo Sobremonte, adonde había sido incendiado un vehículo rastrojero municipal, en las escalinatas aun existentes en el lugar había gente sentada que había llegado en sentido contrario desde Avda. Colon las que informaron a requerimiento que por la misma se había desplazado una columna estudiantil que había chocado con la guardia de infantería policial produciéndose un desbande. Allí vi los primeros heridos de golpes con vendas improvisadas, la atmosfera seguía enrarecida por el humo y la irritación ocular pero el ánimo seguía igual, a pesar tratarse de un grupo bastante numeroso. Los vecinos del lugar ofrecían agua y toallas húmedas a los circunstanciales acampados.
Aprovechamos la situación para acercarnos al edificio de la municipalidad a fin de contactar con nuestra oficina, pero nos dimos con que los accesos habían sido cerrados y no se veía ningún personal. Ante esa situación regresamos hacia la escalinata y allí vimos el comienzo de un incidente.
Uno de los manifestantes había descubierto a un policía entre los presentes al ver que llevaba puesto un sobretodo gris, pero que sus pantalones azules y zapatos negros eran indudablemente parte de un uniforme y el aludido trataba infructuosamente de alejarse. Siendo alcanzado por los presentes que la emprendieron a golpes con él. La reacción colectiva fue de una ferocidad que pocas veces yo había visto. Los atacantes cayeron sobre el policía descubierto y al golpearlo y patearlo a veces se entrecruzaban golpeándose mutuamente, pero aun así la agresión no se interrumpía. En ese tumulto varios tomaron al atacado y trataron de arrojarlo a la cañada cercana, lo cual de haber ocurrido probablemente le hubiera costado la vida. Sin embargo en ese momento ocurrió algo que me impresiono mucho. Un grupo de señoras y vecinos ignotos, los mismos que antes habían asistido a los manifestantes, intercedieron activamente ante ellos interponiéndose y ayudando al policía a incorporarse. En la oportunidad pude verlo más de cerca con la ropa sucia del revolcamiento y también apreciar que los golpes recibidos en el rostro lo habían dejado sangrante y desfigurado como un boxeador en el ring .Los vecinos mediadores le dieron una toalla para que restañara la sangre y lo ayudaron a irse tambaleante, evitando que lo alcanzaran los atacantes cuya indignación acumulada no cedía. No me pareció un integrante de algún grupo de choque, hasta donde pude verlo con su aspecto maltrecho estaba más cerca de ser un agente de seccional repartidor de citaciones o un custodio policial de edificios públicos con uniforme. Pero ese día terrible le toco hacerse cargo personalmente de los atropellos a la población acumulados desde antaño por toda la institución.
A partir de las 13 aprxmte mientras nos retirábamos caminando a nuestros domicilios, en mi caso en Alta Córdoba, un compañero que lo escucho de una radio portátil, nos dio el dato de que las emisoras radiales estaban transmitiendo en cadena y de que la ciudad seria ocupada por el Ejército. En breves dos horas dedujimos que la pueblada había desbordado a la policía, ni un policía ni vehículo policial circulaba por las calles. Y a medida que nos alejábamos del centro veíamos grandes columnas de humo de incendios que no tardaron en ser sobrevoladas por aviones militares. Y también vimos a partir de las 15 horas columnas de manifestantes que se retiraban del casco céntrico de la ciudad caminando en grupos alternados, con sus banderas argentinas plegadas al hombro y a veces recibiendo ayuda en forma de agua o en algunos casos alimentos de los vecinos, que desde balcones observaban el tránsito de retorno”.
(Testimonio del autor)
La reseña antecedente que se acaba de aportar, recordando un hecho ocurrido hacen varias décadas, tiene la virtud de recordarme también a mí en forma de una recreación afortunadamente efímera como puede llegar a ser una guerra civil.
Como se rompen los frenos de las pasiones humanas y a que extremos puede llegarse. Llevando finalmente a la pregunta no respondida sobre quién sería el beneficiado ultimo de un hecho semejante.
Pero volviendo estrictamente a lo antes testimoniado sobre el 29 de mayo de 1969 en Córdoba, tengo la convicción de que entonces ya por esas horas la pueblada había terminado, la protesta se había concretado y ya nada más había que hacer sino irse.
El trabajo del Profesor Agulla aporta algún crédito a la versión de que los grupos de francotiradores que surgieron en esos momentos de repliegue para enfrentarse con el Ejército eran un grupo que había actuado en la pueblada y en los incendios y destrozos de comercios y blancos escogidos.
Sumándose al final de todo a una “resistencia armada” con propósitos insurgentes. No puede atribuirse certeza a la versión. Pero no puede negarse tampoco que, en una situación de crispamiento evidente en la multitud, que era lo que se venía acumulando de tiempo atrás haya existido por lo menos un grupo con esos planes y hubiera intentado actuar.
Sin embargo, que se haya podido constatar, en esos momentos iniciales no se encontraron volantes, emblemas o inscripciones reivindicativas en ningún acto de destrucción como los cometidos. Como los que abundaran en años posteriores aplicando la llamada “propaganda armada revolucionaria”.
Me inclino por creer que el objetivo general de escarmentar a la prepotencia policial era el prevaleciente. Y que una vez cumplido este objetivo por el momento no existía otro. A pesar de ello y de la ausencia de masas en la calle los enfrentamientos entre fuerzas militares y de gendarmería con tiradores emboscados en la zona central ocurrieron y continuaron hasta el día 30, pero de forma cada vez más espaciados. Y con disímil número de bajas, según la fuente que sea consultada.
En días sucesivos las autoridades tanto nacionales como provinciales fueron emitiendo sus interpretaciones de lo que consideraban que se había vivido. El Ministro de Interior Borda se hará eco de la tesis de “injerencia subversiva en todos los hechos de Córdoba”. El Gobernador Caballero hará un encendido llamamiento “comprometiendo su gestión” “para volver a la paz y el dialogo” (lit.). El Intendente de Córdoba Arquitecto Rodríguez Brizuela dirá “la ciudad le ha visto la cara a su enemigo” (Lit.) “y no quiere volver a vivir esto”.
Y desde la máxima cabeza del gobierno de facto el propio presidente Ongania se hizo sentir en una versión televisiva: “se ha hablado mucho de la violencia policial en Córdoba, pero no ha sido la policía la que ha incendiado y dañado la propiedad privada de gente que nada tenía que ver con los pretendidos reclamos, los que se hicieron sin tener en cuenta la ley expresa” (Selección de diarios de época”).
A más de cincuenta años de aquellos hechos y de estas declaraciones, el alejamiento de la realidad de aquel gobierno de entonces se hace más notoria.
Y también que en muchos sectores dirigentes políticos actuales la ceguera política sigue siendo tan grande como entonces.
Pero el hecho irreversible fue que después de la pueblada nada volvió a ser igual. Y aquel gobierno que se había fijado para a sí mismo “tiempos” para cumplir sus “objetivos revolucionarios” se dio con que el suyo para cumplirlos se empezaba a agotar irremisiblemente. Aunque todavía tardaría un penoso año más en irse.