Los hechos de violencia que noche a noche recibimos in crescendo desde Europa tomando como epicentro a Paris y otras ciudades francesas y que se ha extendido a Bélgica y Suiza tienen la virtud de convocar en la memoria varias cuestiones. Escogiendo en honor a la síntesis a la que mas ocupa mi memoria elijo la que se refiere al viejo y nuevo colonialismo que ha tenido por protagonismo tanto a Bélgica como a la misma Francia y que hoy como una resurrección se nos aparece con sus tonos apocalípticos, veamos por qué.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial la Francia participe de la lucha contra el nazi fascismo retenía posesiones coloniales en Indochina y África del Norte enfrentando a los pueblos orientales y africanos que reclamaban su independencia política.
Derecho que Francia como miembro del bando aliado en la IIGM estaba obligada a respetar, por ser una de las piedras fundamentales de la Gran Alianza, como la denominaban Roosevelt y Churchill
Pero, terminada la IIGM y sobrevenida la Guerra Fría, Francia se retrasaba en hacer honor al compromiso.
Y cuando las cosas militarmente le empezaron a ir mal. Y fue expulsada de Indochina en 1954 sus desmoralizadas tropas sostuvieron a voz en cuello que habían sido traicionadas por los “políticos de Paris”.
Y, relamiéndose las heridas, partieron a Argelia, adonde desde ese mismo año empezaba otra guerra de liberación. Ahora las cosas al principio le fueron comparativamente mejor, pero al discutible costo de aplicar una metodología policial despiadada. Ante la cual muchos se beneficiaron hipócritamente, para luego olvidarse.
Y ante una nueva crisis recurrente de los gobiernos de Paris que puso a la llamada Tercera República al borde del caos. Salto al ruedo ante las críticas que recibía Francia en todos los foros mundiales la posibilidad de tener que abandonar su último bastión colonial africano.
Y esta vez los defensores de una presencia francesa secular en Argelia reaccionaron con un slogan muy claro:” Paris nos vuelve a traicionar, esta vez no nos retiraremos cueste lo que costare”.
Y la crisis recurrente y más violenta volvió a aparecer. Entonces como en 1940 unos y otros recurrieron a un líder indiscutido, el ya retirado General Charles De Gaulle. Como una última carta que salve a la Francia “eternelle” de una hecatombe.
Ante De Gaulle los combatientes franceses llevaron su reclamo de: “una sola Francia desde el Cabo Bon hasta Tamanraset” y una sola Francia “sin distinciones ni discriminaciones franceses genuinos o franceses del mediodía todos iguales”.
El Jefe de Estado tenía una cosmovisión del presente y porvenir de Francia que presuponía, según dicen todos los que lo conocieron, la revalidación de la misión esencialmente europea y civilizadora bajo la Cruz de Lorena.
Pero no ignoraba que debía dar un paso que no dejara afuera de ello a los pueblos de distintas etnias y culturas que habían vivido y luchado por Francia en distintas guerras.
Y que a su vez esa actitud política requeriría tomar decisiones que muy probablemente no serían comprendidas en un primer momento por muchos de sus contemporáneos, como se lo comunicó a su interlocutor André Malraux (“la hora del colonialismo ha terminado para Francia “).
De Gaulle cerro el capitulo de la presencia colonialista en Argelia con su oferta de: “una paz de los valientes”. Pero a sabiendas de que a Francia no podría abandonar su presencia de potencia con aspiraciones de ser un actor protagónico en el mundo moderno.
Pero también de que las consecuencias demográficas de la masiva irrupción de poblaciones diferenciadas en su territorio metropolitano se harían sentir en algún momento futuro.
De Gaulle obviamente ya no está, pero esos efectos que ya se avizoraban, se están haciendo sentir cada vez con mayor crudeza. Pero las decisiones sabias de un De Gaulle brillan por su ausencia.
No hay un colonialismo bueno o un colonialismo malo. Simplemente hay sometimiento forzado de un pueblo sobre otro que no quiere serlo. Y no quiere vivir en ninguna parte como un colonizado.
Bibliografía parcial consultada
“Autopsia de la guerra de Argelia” Phillipe Trinquier Edición 1987 Barcelona.
” La guerra desnuda” Jean Larteguy. Edición 1982
“La hoguera de encinas “André Malraux Edición zigzag 1980
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