Como informó AgendAR el viernes pasado, ese mismo día se firmaron los convenios para reabrir la PIAP. El ministerio de economía anuncio el hecho con énfasis, y corresponde porque como Daniel E. Arias comenta abajo es el insumo insustituible para nuestras centrales de uranio natural. Esta decisión que enfrento muchos obstáculos ahora se hace indispensable. Porque un país que venía rematando agua pesada, Rumania, esta demasiado cerca de la guerra europea en curso, y además no es imposible que deba usar sus stocks remanentes, si le quedan, en casa.
El ministro de Economía, Sergio Massa, encabezó junto a la secretaria de Energía, Flavia Royón, la firma del acuerdo específico para la conservación, mantenimiento y acondicionamiento para la puesta en marcha de la Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP), entre la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la Empresa Neuquina de Servicios de Ingeniería Sociedad del Estado (ENSI).
Durante el acto, en el que participaron el gobernador de la provincia de Neuquén, Omar Gutiérrez y el gobernador electo Rolando Figueroa, se suscribió el convenio, que prevé una inversión del Tesoro Nacional de más de 20.000 millones de pesos. El mismo tendrá una duración de 25 meses y permitirá reactivar a planta de producción de agua pesada más grande del mundo, que se encuentra paralizada y decayendo desde 2017.
En 2015 paradójicamente se la había terminado de mantener y reparar a nuevo para al menos tres años consecutivos de producción de unas 500 toneladas de agua pesada, mayormente para la carga inicial de una segunda central de uranio natural y tubos de presión a construirse al lado de las Atuchas I y II, llamada «Proyecto Nacional».
El excedente de 15 toneladas se usaría para reposición parcial de pérdidas de las Atuchas y de la central de Embalse, todas a agua pesada, y si el estado de la PIAP daba para un año más de producción a capacidad histórica (180 toneladas/año en su mejor momento), hacer un acopio para futuras reposiciones. Pero la alternativa siempre podía ser la exportación, porque la demanda es lenta pero falta capacidad instalada de enriquecimiento de agua pesada en todo el planeta.
El agua normal, compuesta de un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno, contiene un ínfimo naturalmente un porcentaje de agua pesada, que en lugar de hidrógenos tiene deuterios, hidrógenos con un neutrón extra en el núcleo. Por ello, un litro de agua pesada tiene un 11% más de masa que uno de agua común, es decir pesa 1,1 kg. en la balanza.
Fuera de ello, ambos líquidos son química y físicamente casi idénticos, pero las diferencias aparecen a nivel subatómico, por ejemplo en su capacidad de interacción con neutrones rápidos. El agua liviana los deja pasar. En cambio la pesada los «modera», es decir les quita velocidad a fuerza de chocar los neutrones rápidos liberados por una fisión de uranio 235 contra tanto neutrón extra de tanto átomo de deuterio.
Paradójicamente, un neutrón así moderado es mucho más capaz de romper átomos de uranio 235, el isótopo físil del uranio que posibilita la reacción nuclear en cadena. Como el uranio natural que usan las centrales PHWR argentinas, canadienses, indias, coreanas, chinas y rumanas tiene apenas un 0,73% de uranio 235, sin agua pesada estas centrales no se apagarían. Sencillamente, sería incluso imposible ponerlas en estado de criticidad e iniciar una reacción en cadena.
Además de garantizar suficientes neutrones lentos, el agua pesada en las máquinas PHWR (Pressured Heavy Water Reactor) tiene otro rol menos sofisticado pero igualmente imprescindible: refrigera el núcleo y transporta su calor hacia los generadores de vapor que activan la turbina. Esta segunda tarea podría perfectamente ser desempeñada por agua común (hay un diseño canadiense así, el ACR, jamás construido). Pero eso complicaría bastante la ingeniería del núcleo de la central con un segundo circuito de refrigeración «ad hoc», que además debe estar perfectamente aislado del de moderación.
¿Qué sentido tiene usar un combustible tan poco reactivo como el uranio natural? Que está disponible en cualquier país que tenga una minería propia de uranio, y la capacidad tecnológica de transformarlo en los complejos armatostes de cerámica y aleaciones especiales que son los elementos combustibles para centrales.
Argentina la tiene. Por ende, es invulnerable a extorsiones internacionales del tipo de «firmame este papel o te dejo a 7 millones de personas en apagón». Son perfectamente posibles contra usuarios de uranio enriquecido, el combustible del 89% de las centrales nucleares del mundo.
El que tiene este tipo de centrales pero no es productor de uranio enriquecido, un mercado fortísimamente monopólico, puede sufrir aprietes. De hecho, la Argentina se ligó un boicot de uranio enriquecido en 1981 aplicado por EE.UU para castigarla por su primera exportación de reactores nucleares a Perú. Con centrales de uranio natural, dormís sin frazada.
Sin frazada, pero con un ojo abierto. Los países y alianzas que dominan la política nuclear mundial y el mercado de uranio enriquecido son los mismos (EE.UU, Rusia, China, la UE). Te van a hacer la vida imposible para que no construyas una planta de agua pesada, que para ellos es un doble corte de manga, político y económico.
Y si ya construiste tu planta de agua pesada, te van a enloquecer para que no la puedas inaugurar, y si la inauguraste, para hacértela cerrar una y todas las veces que puedan, eso toda vez que logren tener agentes incrustados en la cadena de mandos de tu país, y en éste en particular lo logran seguido. Bueno, ésa es la historia resumida de la PIAP. Ha estado más cerrada que activa.
Poca gente ha sido tan clara en hechos y palabras al respecto como el sociólogo Julián Gadano, ex subsecretario de Energía Nuclear del ministro Aranguren y -por cumplidor- de los secretarios que continuaron su obra entre 2015 y 2019. En los hechos, ordenó el cierre de la PIAP y el desbande de sus recursos humanos. En las palabras, acaba de manifestar en «El Cronista» que «Argentina no va a tener más centrales con tecnología CANDU», que son las que utilizan el agua pesada, y «el resto del mundo tampoco está pensando en hacerlo».
El resto del mundo al parecer no incluye a la nación más poblada del mundo, la India, aunque uno humano de cada cinco vive allí. La India tiene 17 centrales PHWR activas de modelo propio. Fueron derivadas sin licencia del CANDU canadiense por la NPCIL, Nuclear Power Commission of India, Ltd. Se las llama IHWPR, por Indian Heavy Water Power Reactor, y fueron escalando en potencia de 220 a 540 MW desde los ’70 a lo que va del cambio de siglo.
Respecto de las del último modelo, ya de unos respetables 700 MW, la India tiene Krakapar 3 ya en línea, y Krapakar 4 en construcción, ambas en el estado de Gujarat. También en construcción está el dúo Rawahtbata 7 y 8 en Rajastán, y el dúo Gorakhpur 1 y 2 en, obviamente, el estado de Gorakhpur.
Pero además la India tiene planificadas Mahi Banswara 1, 2, 3 y 4 en Rajastán, Kaiga 5 y 6 en Kamataka, Chutka 1 y 2 en Madhya Pradesh y Gorakhpur 3 y 4 en Haryana.
El balance da una IHPWR de 700 MW recién inaugurada, 6 más en construcción y 10 más planificadas. Lamento que la India no le haya preguntado si seguir o no con su programa de uranio natural y agua pesada al sociólogo Gadano.
Rumania y los EEU.U tampoco le preguntaron, pero el segundo país el 20 de Agosto de 2019 se atrevió a firmarle al primero un préstamo para la terminación de las centrales Cernavoda 3 y 4, dos CANDU canadienses obviamente de uranio natural y agua pesada. Habían sido iniciadas por el dictador Nicole Ceaucescu, como parte de un complejo de 4 CANDU, pero estas dos unidades quedaron incompletas cuando a don Nicole lo tumbó y fusiló una revolución.
Al año siguiente del primer tratado canducero entre los EEUU y Rumania, es decir en 2020, el ministro de economía y energía rumano, Virgile Popescu, visitó «la tierra de los libres y hogar de los valientes» (según su himno) para llevarse un segundo préstamo y con él «retubar» Cernavoda 1, que ya está vieja y necesita 30 años más de extensión de vida útil.
Esta movida marcó el fin de todos los acuerdos entre Nuclearaelectrica, la firma de energía atómica del estado rumano, y el estado chino, que se aprestaba a construir varias centrales de uranio enriquecido y diseño propio en Rumania. Los chinos se atrasaron con la plata y, se sabe, cocodrilo que se duerme, es cartera.
Llama la atención este entusiasmo financiero yanqui por el uranio natural. Va a contrapelo de medio siglo de historia anterior. Desde 1974 EEUU ha librado una guerra secreta diplomática despiadada contra la tecnología CANDÚ, a la que llama «proliferante» (justo ellos, en fin…).
Durante cuatro décadas el Departamento de Estado extorsionó con amenazas de sanciones económicas a todos los clientes prospectivos de la tecnología canadiense, hasta provocar la quiebra de la diseñadora y constructora original, AECL, Atomic Energy Commission of Canada, Ltd.
Aún con el Departamento de Estado jugándole en contra, AECL entre los ’70 y 2003 vendió sus centrales «urbi et orbi», incluida nuestra solitaria CANDU cordobesa de Embalse. Vendió las de Corea (del Sur), China, Rumania y Pakistán, amén de las propias en Ontario, Quebeq y New Brunswick. Entre todas, suman 47 máquinas. Aún sin contar las de la India, eso ya anda por el 11% del parque nucleoeléctrico mundial.
Como se puede ver, la AECL, con sus máquinas sencillas y baratas, le sacó mucho mercado nuclear a EEUU en los países en desarrollo, y pagó carísimo ese pecado. Lo interesante es que la tecnología que creó la AECL sigue viviendo por sí misma, por mérito propio, y ahora además propulsada por dólares estadounidenses.
Y si el Tesoro de los EEUU pone plata en esta tecnología antes herética, no es sólo para contener el despliegue de China en Europa Oriental. Es también por aquello por lo que baila el mono, es decir, más plata.
Sucede que las CANDU en teoría queman casi cualquier combustible nuclear que se les tire, sin muchas adaptaciones tecnológicas. Y en EEUU, donde se puede patentar todo, desde el estornudo hasta el carnaval, unos muchachos desarrollaron (y patentaron) un «combo» de uranio HALEU (enriquecido al 19,7%) y torio, llamado ANEEL.
No son unos muchachos cualesquiera. La propiedad intelectual del ANEEL la comparten Clean Core Thorium Energy, la Universidad A&M a través del Texas A&M Engineering Experiment Station’s Nuclear Engineering and Science Center , y el Idaho National Laboratory (INL), dependiente del Departamento de Energía, una entidad federal. El ANEEL -juran sus propietarios- puede llevar la eficiencia de quemado de una CANDU desde 7500 MW/día/tonelada a 57.000 MW/día/tonelada, cosa que todavía debe demostrarse.
Pero si eso llegara a suceder, entonces EEUU tendría cartas para tratar de apropiarse casi de un saque del aprovisionamiento de combustible de todas las centrales de agua pesada del mundo. Eso si los países propietarios de dichas máquinas no optan por el clásico corte de manga de desarrollar sus propias mezclas de uranio HALEU y torio. Es un tema de investigación y desarrollo nada novedoso en muchos programas nucleares independientes.
Si China y la India, países con poco uranio y mucho torio, se han preocupado por comprar, entender y dominar la tecnología CANDU, ha sido en buena medida porque les interesa la independencia en materia de combustibles. Pero también porque en un mundo nuevamente multipolar, como el de hoy, las patentes imposibles de justificar se vuelven imposibles de defender. Por lo cual eso de sacarle la pitanza al águila vuelve a ser un deporte no sólo interesante, sino redituable.
En el caso de la Argentina, sugiero seguir fabricando agua pesada. Va a seguir haciendo falta aquí y en otras partes, aunque el sociólogo Gadano no se entera de las novedades, que tampoco son tan nuevas. Si la CNEA está pensando en alguna mezcla propia de HALEU con torio, sugiero llamarla «Mate Verde», por aquello de «tomá mate».
La PIAP tiene dos líneas de amoníaco por diseño. Se compró así a Sulzer Brothers, de Suiza, para que cuando una se para por mantenimiento, siga activa la otra. Su capacidad teórica de producción, al momento de compra, era de 200 toneladas/año de agua pesada, aunque por haber pasado toda su existencia sometida a un régimen de «stopo and go», nunca pudo llegar a esa cifra: era imposible operarla en su régimen óptimo de producción. En cuanto iba acercándose a las 180 toneladas/año, sobrevenía un cierre (el de Menem, el de De la Rúa, el de Macri), y todos con intención de definitivo.
El Cronista dice que la capacidad de la PIAP es de 100 toneladas/año. Eso sugeriría la intención de rehabilitar una única línea de amoníaco y no ambas, dicho por un mal pensado. Al parecer, en Neuquén y en la Secretaría de Energía hay quien opina que si se rehabilitan las dos, terminaremos lavando los pasillos de la CNEA con agua pesada excedente.
No parece que vaya a suceder. Pero hay una propuesta de dedicar el «downstream» de la segunda línea de amoníaco de la PIAP a producir urea granulada. En tiempos de Macri, se habló de reconvertir a urea AMBAS líneas. Nos parece genial eso de la urea, y nos consta que viene a ser el «wet dream» -ya que nos gusta tanto hablar en inglés- de la provincia de Neuquén, propietaria de la operadora ENSI, e imbuída fundacionalmente de ese oxímoron, el pensamiento petrolero. Pero la propiedad de la PIAP en sí no es de ENSI sino de la CNEA y por ende del estado nacional.
Artículo de primera necesidad en el campo argentino, la urea, cómo no.
Pero para fabricar urea en al menos la mitad de la PIAP hay que justificar la inversión adicional en tecnología química de «downstream» de la segunda columna de amoníaco, que puede no andar lejos de los U$ 1000 millones. Hay que justificar, y probablemente ante juez, el lucro cesante que generaría dedicar la mitad de la PIAP a fabricar una commodity 700 veces más barata por peso que el agua pesada. ¿No vendría a ser un estrago doloso, mirando la cosa con mucha mala leche?
Fabricar agua pesada es descartar sucesivamente, en miles de operaciones termoquímicas, cada vez más moléculas de agua normal hasta quedarse con un 99,75% de moléculas de agua pesada. Es un proceso muy intensivo en energía, como cualquier proceso de enriquecimiento. Y las instalaciones para ello son refinadas, caras y suponen una grandiosa inversión inicial en equipamiento, construcción y montaje.
Pero no se trata sólo de guita: EEUU, que maneja el semáforo del Organismo Internacional de Energía Atómica, te va a poner luz roja para cualquier adquisición de fierros necesarios para fabricar agua pesada, porque la consideran «proliferante».
De hecho, para poder comprar la PIAP a Sulzer, la CNEA tuvo que construir primero su PEAP, o Planta Experimental de Agua Pesada, de producción mucho menor (no llegaba a 10 toneladas/año) pero con fierros y tecnología propia, basada en sulfuro de hidrógeno y no en amoníaco, situada junto a las Atuchas 1 y 2. Fue una de las tantas audacias del contraalmirante Carlos Castro Madero.
Luego sucedió lo de siempre: una vez roto el embargo, los oferentes de medio planeta se vinieron en malón a licitar sus plantas aquí, elegimos la mejor, y el OIEA no objetó nada porque, según legislación internacional, esa planta quedaba bajo su supervisión. Lo que fuera con tal de que no ampliáramos la PEAP a escala industrial. Como no éramos firmantes entonces del Tratado de No Proliferación, un fierro propio estaba exento de salvaguardias.
Por eso hoy falta agua pesada en el mundo: primero porque son caras y segundo porque son diplomáticamente complicadas, hay menos capacidad instalada de producción que a principios de siglo. Pero sin embargo la cantidad de centrales de uranio natural siguió creciendo modestamente hasta 2003 en Corea y China, y sigue con ninguna modestia en la India. Y de yapa han aparecido nuevas demandas de este extraño y muy caro líquido en las industrias de farmacología y de microelectrónica.
Hasta que se avivaron de que pueden llegar a necesitarla, los rumanos estaban rematando sus stocks de agua pesada a mitad de precio. Pero si comprás hoy, y con la pureza del 99,75% que te garantizaba la PIAP, estate preparado para pagar de U$ 600.000 a 700.000 la tonelada.
Salvo que vengas con una orden de compra enorme, en cuyo caso la respuesta va a ser «esperá sentado». Y cuando te la entreguen, si alguna vez lo hacen, vas a tener que justificar cada decilitro que gastes ante un inspector del OIEA.
Para parafrasear a Napoleón, cerrar la PIAP no fue solamente un crimen. Fue también un error.
Y no exclusivo del macrismo, tan genéticamente pro-petrolero, antinuclear y de yapa alineado con las órdenes que le bajan desde la Embajada. También lo fue y es de este gobierno. Que se acuerda de reabrir la PIAP en sus últimos meses de mandato, y al parecer, a medias.
Atucha III con uranio natural habría sido muy parecida a la mejor planta nucleoeléctrica argentina, la central cordobesa de Embalse, es decir a una CANDU 6, pero potencia algo mayor (700 MWe). Muy parecida a la IHPWR inaugurada el año pasado en la India, o a las 6 en construcción, o a las 10 planificadas.
Hoy esa Atucha III CANDU debería estar en línea. 700 Mwe prácticamente a tiro del AMBA, con no mucho más de 150 km. de líneas de alta tensión, permitirían atravesar las olas de calor veraniegas sin apagones masivos, y sin vecinos cerrando calles y avenidas con barricadas y fogatas. Porque ya han estado 15 días sin agua ni heladera, y están rigurosamente podridos de apagones. Dicho esto sin quitarle responsabiidades a EDESUR.
Debió empezarse la excavación de cimientos de Atucha III CANDU en 2016, según leyes ya aprobadas por el Poder Legislativo en 2014. Pero pese a que ésta venía con una financiación china del 85% a un interés del 4% anual a pagarse en 20 años recién a partir de la puesta en marcha, el macrismo la paró. A velocidad normal de montaje, la central habría estado crítica en 2022.
La intención no declarada del gobierno de Mauricio Macri «desde el vamos» era no hacerla, de ahí el cierre de la PIAP cuando su personal estaba esperando, muy nerviosamente, hacía ya un año la orden de iniciar operaciones. Y estamos hablando del ya lejano 2017.
Esto fue seguido en 2018 por el comunicado oficial del Ministerio de Energía de cancelar definitivamente Atucha III CANDÚ, o «Proyecto Nacional», como la llama la dirección actual de NA-SA (Nucleoeléctrica Argentina SA). Hecho lo cual el ministro Juan C. Aranguren, CEO histórico de la petrolera angloholandesa Shell, renunció, misión cumplida.
La central «Proyecto Nacional» estaría evitando la combustión de 1200 millones de toneladas de gas natural por año. Por parafrasear una frase famosa de otro rico y famoso de la misma lana que Aranguren y Macri, José Martínez de Hoz, la Shell no hace la plata vendiendo caramelos, o acero. Gas, sí, y cantidades.
Cumplirle de un modo tan evidente a las petroleras y a la Embajada no le complicó en absoluto la vida al exministro, aunque sí a muchos argentinos. Pero amén de los apagones veraniegos en el AMBA, desde el cierre de la PEAP el país debe importar 20 toneladas/año de agua pesada y la PIAP entró en una doble decadencia: técnica, porque es inmensa y está construida a la intemperie en una zona de la estepa neuquina climáticamente muy dura. Tiene miles de motores válvulas y piezas electromecánicas vulnerables, amén de tanques con sustancias corrosivas. Todo esto necesita de supervisión y mantenimiento constante.
De recursos humanos hoy la PIAP anda cortísima. La administración nuclear macrista y la ENSI echaron con jubilaciones anticipadas a unos 400 expertos, entre ingenieros y técnicos químicos, amén de trabajadores especializados. Del mantenimiento a lo largo de 6 años se tuvieron que ocupar los 100 especialistas restantes, a espera del telegrama final de cesantía, y como mejor pudieron. Vivían haciendo piquetes por la reapertura de la instalación en la ruta nacional 22, sin que el estado nacional, el provincial o los multimedios les dieran la más mínima pelota.
«Con esta inversión de reapertura, el Estado Nacional acompaña y fortalece el desarrollo de la energía eléctrica de origen nuclear en nuestro país», dice el comunicado oficial.
«Tarde, mal y poco», añadimos desde AgendAR.
“No se trata solamente de impartir recursos, sino también de impartir de manera inteligente los recursos para generarle fortaleza y músculo al Estado en su investigación, en el desarrollo de valor agregado y en el fortalecimiento de reservas”, sostuvo Massa.
«Sí, ponele», acotamos desde esta humilde tribuna.
Asimismo, la secretaria de Energía, Flavia Royón sostuvo que “esta planta sin duda es un hito y pone en valor todo el conocimiento argentino en materia de energía nuclear”. En esta línea, la Secretaria explicó que “la puesta en marcha de la planta de agua pesada tiene una gran significancia por las posibilidades no tan sólo de proveer agua pesada para la tecnología de las plantas nucleares que hoy tiene Argentina, sino también las posibilidades futuras de exportación que esto significa para nuestro país”.
Eso es cierto. Falta agua pesada en todo el mundo, y cada vez más. Paradójicamente, sobre todo desde el cierre de la mayor planta mundial remanente… que venía a ser… caramba, la propia PIAP. Lo dicho: además de un crimen, fue un error.
El peronismo actual parece decidido a redescubrir una y otra vez el átomo, casi tan rápido como lo olvida. Subrayamos la palabra «casi».
Es curioso, habida cuenta de que quien inauguró la CNEA hace 73 años fue el presidente Juan D. Perón, y quien puso en marcha Atucha I hace 49 años fue también Perón.
El convenio tiene como objetivo realizar el mantenimiento y comenzar los trabajos de alistamiento para la puesta en marcha de PIAP, los cuales requerirán un plazo de 25 meses, dicen los comunicados oficiales. Apa, son más de dos años.
Uno infiere que los deterioros de la PIAP tras 6 años de abandono, 3 de ellos con este gobierno, han sido serios, y que recontratar personal experto para una planta química muy compleja que es cerrada toda vez que es presidente un Menem, un De la Rúa o un Macri no es tan fácil.
Uno puede inferir también, de mal pensado, que la plata que pone Massa, o que dice que pone, no es tanta, y eso tras dos años de furibunda y soterrada lucha de la dirigencia nuclear actual por la reapertura. Dirigencia que es excelente y a la que apoyamos a muerte, pero aclaramos que no fue la primera opción de Alberto Fernández, ni la segunda ni la tercera, todas ellas rechazadas -por antecedentes o prontuario- por el personal de la CNEA y de NA-SA. Fue la cuarta.
La CNEA produjo dos presidentas mucho mejores que los presidentes de la Nación bajo los cuales les tocó servir: la doctora Emma Pérez Ferreira, a quien en 1988 le debimos la decisión, tomada contra viento y marea, de reparar Atucha I, y la Dra. Ariana Serquis hoy, a quien (y brindamos por ello) tal vez le debamos la reparación de la PIAP.
Dicho de nuevo y subrayado: ninguna de ambas mujeres fueron el plan A de Raúl Alfonsín, en 1983, o de Alberto Fernández en 2019.
«Una vez finalizado ese plazo de dos años se procederá a cargar los insumos necesarios para su funcionamiento, lo que permitirá reiniciar la producción del agua pesada». Afirmación del comunicado oficial que, sin duda, podría cumplirse o no según el dictamen de las urnas cuando las elecciones presidenciales este año.
La PIAP se encuentra ubicada en la provincia de Neuquén, y su puesta en funcionamiento es fundamental para la producción de las 485 toneladas que se necesitan para garantizar la provisión de agua pesada para las centrales Atucha I, Atucha II y Embalse, hasta el fin de su vida útil, dice el comunicado oficial.
Comentario de AgendAR:
El número de toneladas que debería producir la PIAP en ésta, su precaria y nueva reapertura, queda fijado en 485, y después a otra cosa. No es un número cualquiera. Es la carga inicial de una central de uranio natural de 700 MWe.
Significa que en el sector nuclear, tanto en la CNEA como en NA-SA, hay quienes no renuncian a la construcción de una, e incluso de varias centrales máquinas parecidas a Embalse, lo que tiene bastante más sentido. Estamos técnicamente y legalmente capacitados para ello desde 1974, podemos hacerlas casi enteramente de componentes nacionales, y tenemos 100 empresas de capitales argentinos pre-calificadas para este trabajo.
Son las mismas firmas que, bajo dirección de NA-SA, hicieron el retubado de Embalse y le dieron 30 años de licenciamiento operativo adicional.
Cada central «Proyecto Nacional», como las llama la actual dirigencia de NA-SA, implicaría 6000 puestos de trabajo calificados directos durante la fabricación de componentes y montaje. También muchos miles más de puestos indirectos en el centenar de firmas de la cadena de provisión.
Más aún que trabajo, lo interesante del negocio es la formación de recursos humanos. A recordar: la terminación, 27 años tardía, de Atucha 2, implicó la formación de 1000 operarios en soldaduras de aleaciones especiales, o «de alta», y la calificación de «nuclear» añadida al título de 400 ingenieros jóvenes, muchos de ellos en firmas privadas.
Tener una industria nuclear privada diversificada y sólida en casa le vendría muy bien a otra firma, INVAP, que desde los ’80 se fue volviendo el más respetado exportador de reactores nucleares del mundo. Componentes de calidad nuclear fabricados en pesos y en su propio país a INVAP le permitiría competir por precio, además de por calidad, en las licitaciones internacionales.
Obviamente, otro proyecto que se beneficiaría de la creación de un ecosistema industrial atómico es la central nuclear compacta CAREM. En la reapertura de la PIAP hay mucho más en juego que 485 toneladas de agua pesada.
Y eso porque el negocio nuclear no es de potencia. Es de tecnología.
17 Mayo de 2023
Daniel Arias
www.agendarweb.com.ar